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martes, 12 de octubre de 2010

Integración Intercultural

                                                                                                              Carelia Mayorga Butrón
Máster en Género y Desarrollo Internacional
Máster GEMMA en Estudios de Género y de las Mujeres

Considero que haber vivido como inmigrante, más de un año, en Granada; me califica, automáticamente, para hablar de “integración intercultural”. He tenido experiencias personales variopintas, que trataré de compartir en este breve espacio y he presenciado otras tantas cosas, que siendo ajenas, son de utilidad frente al reto de la “integración intercultural”, tanto más, si se empieza a repetir esta expresión, sin dotarla de contenido; sin la convicción de que es necesaria y trascendente en la vida de todos y todas, sin excepción.
Para la gran mayoría, la “integración intercultural” surgió para que los inmigrantes se lleven una parte del presupuesto de su localidad, o para seguir ampliando los programas y ayudas sociales o para que siga creciendo la administración pública. No parece fácil asumir que quienes están fuera de su patria, lo están, no porque estén “desafiando el orden natural que los hizo nacer en un lugar en particular”, sino que, lo están, porque su dignidad les reclamaba tener una vida distinta. Los inmigrantes necesitan comer, dormir, vestir, estudiar, enamorarse, separarse, tener hijos, amistades,  trabajar, viajar, etc., en un sitio donde las balas no interrumpan lo cotidiano, donde sus familiares y conocidos no sean objeto de represalias, donde tengan la oportunidad de envejecer, o, simplemente donde puedan “ser” y “estar”. Los inmigrantes dejamos la tierra que nos vio nacer, que nos arropó con menos o más dulzura; dejamos a nuestras madres, hermanas y hermanos, y demás parientes; dejamos una vida detrás, costumbres, música, danzas, colores, olores, sueños y pesadillas. Dejamos todo con dolor y con el temor de no regresar.
De otro lado, lo “cultural”, se entiende, hoy en día, más ampliamente de lo que solía implicar. Lo cultural no es sinónimo de lo folclórico o de las costumbres incomprensibles que tienen los “otros”, “los que vienen de lejos”. “Cultura”, es todo lo que rodea la vida de las personas en un determinado lugar y tiempo. “Cultura” es lo que nos permite vivir, desarrollar. Lo cultural, no implica una masa de gente homogénea, también implica individualidad y conocimiento. “Cultura” es integrar todo. Al hablar de “integración intercultural” es necesario integrar género, edad, clase socio económica, experiencias personales, etc., etc. Lo cultural, no es inamovible, más bien es algo dinámico, permeable a influencias de ida y vuelta.  
Ahora bien, ubicándome en Granada, debo decir que, por lo general, la gente granadina es cálida, alegre, abierta, comunicativa. Especialmente, las personas adultas, lo que, especulo, podría deberse a que vivieron episodios históricos de confrontación entre iguales, aprendiendo con dolor, que aquello, sólo deja perdedores y cicatrices. De esta forma, he hecho amistades que han compartido conmigo recetas de cocina, consejos sobre consumo, datos sobre lugares por visitar, información valiosa, intereses diversos. Pero, así como he tenido experiencias maravillosamente positivas, también las he tenido negativas. Aquellas que causaron incomodidad transitoria, que pudo superarse por mi decisión por integrarme. Y, es que, la “integración”, no es algo que nos proporcionen los demás. La “integración” es relacional, es decir, depende de las dos partes: inmigrante y local. Requiere “nuestra decisión y voluntad”. Requiere de acciones concretas, de acercarnos a los demás, tender puentes, no encerrarnos en nosotros mismos y sólo relacionarnos con quienes son de nuestro mismo continente o del mismo lugar de origen.
Las experiencias negativas que he tenido en esta ciudad, las he vivido, coincidentemente, con gente más joven (entre 18 y 40 años, aproximadamente). Acciones, preguntas, comentarios, gestos, u omisiones que no viene al caso detallar, pero que tenían como finalidad mostrarme su rechazo, o su deseo interno de que preferirían que estuviera en mi lugar de procedencia y no frente a sus ojos. Para que no me afectara el desánimo o el resentimiento, decidí analizar por qué se producían estas conductas. ¿Por qué sobre todo la gente joven? Los jóvenes de este país están afrontando una crisis que les dificulta ubicarse en la sociedad y desarrollar sus proyectos de vida, en especial en el mercado laboral. Acceden al “pastel social”, ayudas, subvenciones, becas, con la incertidumbre, de lo que habrá de venir, y, viendo que el pastel merma cada día más y que el hambre de oportunidades crece.
Un día escuché en el autobús, un conversación a viva voz entre usuarios/as que me ilustró sobre las conclusiones a las que llegan en estos días, que tienen una carga importante de racismo y xenofobia, que está creciendo, y no se le está prestando suficiente atención. Se cataloga a los inmigrantes y se les culpa de la crisis económica que atraviesa España y Europa. No se detienen a pensar que los países que dejamos atrás tienen más de las tres cuartas partes de recursos del planeta pero sólo una cuarta parte de la riqueza que éstos producen. No saben que “en esos países” se destruyó la agricultura y las actividades que les permitían vivir para dar paso a las empresas occidentales que cuentan con facilidades para extraer riqueza y beneficios y que en muchos casos están exentas de pagar impuestos. La catalogación de inmigrantes y los males que han provocado, iba así: “los negros” significan “ilegalidad”, desde sus métodos para alcanzar España o porque venden cosas piratas y contrabando; “los chinos” significan “competencia desleal” pues no pagan impuestos y trabajan sin las mismas exigencias que tienen los de aquí; “los latinos” implican “deterioro”, ya que han traído abajo los salarios y las condiciones laborales, pues aceptan trabajar por lo que sea; “los de Europa del este”, implican varias cosas, en algunos casos “necesidad de competir” (cuando tienen muchas cualificaciones), en otros “necesidad de sobrevivir” (cuando implantan “procesos poco ortodoxos” para producir beneficios). En este marco, la conclusión, cae de madura: los inmigrantes, sea cual sea nuestro origen, echamos a perder su estándar de vida remitiéndolos a labores con menos estatus, o dejándolos sin posibilidades laborales. Simultáneamente, igual les compran su mercadería o los emplean cuando necesitan mano de obra barata. Curioso examen sociológico el que recogí, que aumentó, mi interés en el tema.           
Los/as inmigrantes, parte del proceso ideal de “integración intercultural”, también tienen su propio análisis, sus propios mecanismos de reacción. Algunos inmigrantes que conozco, y que sospecho han vivido sus propias experiencias de discriminación -que no comentan por amor propio- optan por la distancia y el rechazo hacia esta tierra y su gente. Cuando repiten y dicen en voz alta que no les gusta el clima de aquí, la comida de aquí, que no entienden la forma de ser de los locales, sus sociolectos, o cuando enfatizan hasta la vehemencia que “sólo lo suyo es bueno”, que “lo de aquí, no sirve”, evidencian su posición proclive a cerrarse, a aislarse. En mi análisis, creo que de esta forma “sienten que controlan la situación” y que “deciden no compartir”, que tienen al menos “ese poder”. El miedo al rechazo, a vivir otra experiencia desagradable, puede más que su necesidad de interrelacionarse, al menos, son dueños de su rechazo. De esta forma, se cierran al diálogo, al entendimiento. Y pienso, si yo, siendo local, escuchara que un/a inmigrante está criticando mi comida, mis costumbres, como hablo o cómo vivo, indiscutiblemente, no podría recibirlo con una sonrisa o con un ramo de rosas.   
Los prejuicios también están jugando un papel importante en todo este escenario. Algunas conductas cuestionables, antisociales o incluso delictivas de los extranjeros y extranjeras inmigrantes no se pueden pasar por alto, pero no pueden implicar generalizaciones, que sólo develan nuestra faceta más injusta y menos razonable. No podemos meter a todos y todas en el mismo saco. Si hay algunos extranjeros que ponen música a todo volumen -sin respetar la paz o el sueño de los demás- también lo hacen aquí; tirar basura al suelo no tiene una sola bandera; si  violentan a sus parejas o maltratan a sus hijos, eso no es exclusivo a los inmigrantes, también lo hacen aquí, y, así, sucesivamente. Un día, escuché: “las inmigrantes son oportunistas y no tienen escrúpulos”; porque, alguna mujer venida del sur, usó malas artes para obtener residencia y seguridad económica, burlando la confianza de una mujer, a la que dejó sin marido y sin patrimonio. Lo dicho es reprobable sin lugar a dudas, pero no todas las mujeres que vienen del sur, serían capaces de conductas tan poco éticas y reprobables.
Científicamente hablando, todos los seres humanos, y aún más, todos los seres vivos del planeta Tierra, compartimos el aire, el terreno que pisamos, y estamos intercambiando constantemente nuestra propia naturaleza. En cada respiro que damos, exhalamos células nuestras que son absorbidas por otros y otras, así como, nosotros absorbemos la naturaleza de los demás. Si es tal nuestra interdependencia e interrelación: ¿Ganamos algo siendo egoístas? ¿Es posible cerrarnos a los demás? ¿Podemos rechazar lo que finalmente nos compone? ¿Está bien que nos odiemos, suframos aislamiento, rabia, o frustración y nos envenenemos entre nosotros mismos?
Comencemos nuestro diálogo intercultural. Para eso, sepamos que todos y todas tenemos algo que aprender y enseñar. “Integración intercultural” no significa “te tolero”, porque como bien lo han aclarado, tolerar, implica partir de la idea que lo mío es superior y normal, mientras lo tuyo, es inferior y de menos valor, pero “termino por aceptarlo, por dejarlo ser”. De eso no se trata. La ética de la “integración intercultural”, debe partir de la base de que todos y todas somos iguales en dignidad, libertad y valor, que todas y todos merecemos calidad de vida, ergo, decidir dónde vivir. Que no necesitemos sacarnos los ojos para que el color de nuestra piel o de nuestra indumentaria nos impida el diálogo entre culturas. Que no necesitemos ser o quedarnos sordos para que no nos distancie nuestro acento, nuestra pronunciación o las palabras que usamos. Despojémonos del miedo que se basa en el egoísmo y que alimenta el odio mutuo.
De mi parte, confieso, que he tenido la suerte. He tenido períodos de diálogo intercultural, en diferentes países del mundo y con personas de diferentes razas, colores, creencias, conocimientos, etc. Que al superar los prejuicios y temores que yo traía conmigo, salí ganando. Conocer a los demás, me ha dado las pistas de la felicidad y la plenitud en la vida. Por ello, os aconsejo: no os lo perdáis, decidid por vosotros y os favoreceréis a vosotros y a los demás, que el intercambio nos eleve y nutra. Vivamos en armonía, que necesitaremos esa mano que hoy nos negamos asir. No olvidemos que este siglo será el de las migraciones y puede ser que la lección aprendida hoy, nos permita vivir y sobrevivir mañana en algún rincón de este “nuestro mundo”.                              

Granada, 5 de octubre de 2010.

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